Aforo completo.
Un cartel colgado sobre la puerta que da acceso a Casabanchel, el espacio que acoge la segunda exposición de Casa Antillón, informa de que se ha alcanzado la capacidad máxima de visitantes.
Son las 8 de la tarde y el rótulo lleva colgado horas. Decenas de personas esperan impacientemente en una interminable cola que da la vuelta a la calle Santiago Estévez, en el corazón del barrio madrileño de Carabanchel.
Un síntoma evidente de que la convocatoria ha sido un éxito. Muchos de los presentes llevan aquí más de 12 horas, desde las 6 de la mañana del sábado, momento en el que el centro de creación abría sus puertas al público. Otros se han acercado a lo largo de la maratoniana jornada. Y aún hay algunos por llegar, siempre y cuando lo hagan antes de las 6 de la mañana del domingo. En ese instante, Solo Show, el segundo proyecto organizado por Casa Antillón, dirá definitivamente adiós y la única forma de ser partícipe del mismo será a través de los stories de Instagram.
Nos adentramos en el espacio que acoge las 56 propuestas artísticas presentadas en esta segunda edición. No es fácil moverse en el interior de la nave, dada la alta afluencia de público. Nada más entrar, nos topamos con un quiosco instalado junto a la puerta de acceso. La artista Clara Cebrián es la regenta del puesto. Un colorido tenderete en el que se ofertan cigarrillos a 30 céntimos la unidad, calzoncillos a 20€ y otros elementos insólitos e imprecisos como “Amalia Desnuda” o “Bolso Bus”.
Continuamos nuestro viaje por la instalación y llegamos a la sala principal. La estancia, de color blanco pálido situada en la planta baja, alberga las 40 obras expuestas. Las propuestas de los distintos creadores conviven unas con otras, en consonancia con la premisa de los organizadores: que cada artista trabajase como si de una muestra individual se tratase.
Nos hacemos con un plano en el que, a modo esquemático, aparecen numeradas las distintas obras que componen la exhibición. Un hombre y una mujer presentes en la sala llaman poderosamente la atención. Con semblante serio y vestidos de vigilantes de museo, se pasean por el habitáculo. Podrían pasar por personal de seguridad, pero son Adela Y Daniel, y todo forma parte de una performance.
En Casa Antillón nada es lo que parece. Cuesta distinguir qué componentes son premeditados, cuáles son fruto de la interacción, qué forma parte de la muestra e incluso diferenciar al público de los artistas implicados. Y es precisamente eso lo que convierte a la iniciativa en algo distinto y novedoso. Los juegos con el espacio, los trampantojos visuales y las trampas al espectador son algunas de las claves de esta segunda edición.
“Postacards from Carabanchel”, la obra de Julià Panades, recopila objetos creados o encontrados en el último año. Mecheros, llaveros y panfletos de maestros espirituales que prometen la sanación, entre ellos. José Luis Barquero es el artífice de otra de las propuestas más impactantes: “Digestión y otras formas de transformación”. Una obra plástica protagonizada por personajes fagocitadores que no deja indiferente a nadie, ni a Alejandro Palomo de Palomo Spain, quien mostraba su admiración a través de Instagram.
Son muchas las creaciones que despiertan interés, todas ellas dispares entre sí. Dispares como lo son la nacionalidad de los artistas, procedentes de distintas partes de España, Caracas, Ciudad de México, Bruselas o Viena.
En el piso superior tiene lugar un espectáculo sonoro mientras en la planta cero los visitantes continúan su recorrido. Embrión, el proyecto presentado por Kamala Sutra, indaga en los conceptos del dolor y la ansiedad a través de la música electrónica experimental y las frecuencias sonoras. Casabanchel respira vitalidad, energía y una gran dosis de ingenio.
La creatividad y la innovación también se advierte en los looks de los asistentes. Es imposible aburrirse aquí, y los estímulos visuales y auditivos son continuos.
Finalmente, nos despedimos del espacio con una tajante convicción. Madrid necesita a Casa Antillón más que nunca.
Texto: David Alarcón