Tras haber registrado en la pasada edición su peor cuota de pantalla, la firma de lencería estadounidense ha decidido finalmente cancelar el desfile que tenía previsto para este año.
La compañía fundada por Roy Raymond a finales de los años 60 pone punto y final a más de 2 décadas de desfiles, emitidos por primera vez en televisión en 2001 y convertidos en un acontecimiento de masas a nivel global.
Así lo confirmaba hace unos días la modelo australiana Shanina Shaik, uno de los rostros recurrentes en el show desde hace años (o, como diría Victoria’s Secret, “uno de sus ángeles”)
“Desgraciadamente, no va a celebrarse este año. Me siento rara, porque siempre por estas fechas estoy entrenando como un ángel” manifestó en una entrevista al diario británico Daily Telegraph.
Pero, ¿por qué la multinacional ha decidido acabar con su icónico desfile? ¿Qué ha pasado para que la firma líder en lencería femenina se haya visto obligada a tomar esta decisión?
Si atendemos a los indicadores económicos y al rating, es evidente que se ha producido un considerable descenso en el impacto que el espectáculo ejerce sobre la audiencia.
Comparando las cifras de espectadores que se sentaron el último año frente a la pantalla para ver el desfile en directo (emitido por la CBS) con los datos de 2001 (ocasión en la que registró un mayor share), la caída de la firma queda evidenciada. Tan solo 3,3 millones de personas siguieron el show en 2018, frente a los 12,5 que lo hicieron en 2001.
Pero ¿a qué se debe este declive? ¿Por qué la firma se ha debilitado tanto?
Aquí es donde entran los factores sociales y culturales, determinantes en el éxito o fracaso de un negocio hoy en día. Victoria’s Secret Fashion Show nació a mediados de los 90, una década en la que el movimiento feminista o la reivindicación del body positive no tenían ni mucho menos el impacto y seguimiento de hoy en día.
Estas empresas eran las encargadas de dictar los cánones de belleza, asociando la máxima expresión de la misma a la dulzura, la feminidad y la delicadeza a través de top modelos como Gisele Bündchen o Heidi Klum. Pero, ¿qué pasa cuando las mujeres se unen para reivindicar el lugar que les pertenece en la sociedad? ¿Qué sucede cuando reclaman poder ser ellas mismas, sin prejuicios, sin tener que avergonzarse y sin el deber de responder a unas pautas impuestas por una industria que fomenta su frustración e inseguridad?
Pues a los efectos de esta marea imparable es a lo que se enfrenta Victoria’s Secret. Mujeres que quieren ser libres y dejar de estar sometidas a estos patrones que las cosifica y las hace parecer seres de aspecto aniñado, indefensas, débiles y dependientes.
La multinacional estadounidense no ha sabido jugar bien sus cartas. En la era del MeToo, de la inclusión y la oda a la diversidad, de la demanda de igualdad y del fin de la brecha salarial, Victoria’s Secret sigue encallada en otro siglo, haciendo oídos sordos a la cambiante realidad a la que se enfrenta.
Prueba de ello son algunas de sus polémicas acontecidas en el último año. Hace unos meses, la firma manifestaba su negativa a incluir modelos transgénero en el espectáculo al tratarse de “un show de fantasia”. Semanas después, presentaban a Barbara Palvin, modelo de 1,75m y 54kg, como su último fichaje “plus size”.
Una serie de controvertidas declaraciones que desde luego no han ayudado a la compañía a recuperar a una audiencia que no deja de disminuir por momentos. ¿Estamos ante el fin definitivo de Victoria’s Secret? ¿Tú qué crees?
#WAG1MAG
Texto: David Alarcón