¿Te dejas llevar por la corriente?
A veces hace falta que un maremoto arrase nuestra vida para que nos la replanteemos.
El otro día escuché una historia real sobre un hombre corriente que se dejó llevar por la del atlántico. Este episodio cambió su vida para siempre. O mejor dicho, hizo que él cambiara su vida para siempre.
Un grupo de personas se adentró en el mar agarrando sus tablas y velas con emoción. Probablemente eran sus primeros pasos dentro de este deporte, porque un instructor les acompañaba. Supongo que la vela es otra metáfora que sale de forma natural en esta historia (muchas veces no sabemos ni por dónde nos sopla el viento) pero la dejaremos para otro día.
Tras pasar un tiempo entre equilibrios y olas en el mar, volvieron todos a la arena. Todos menos uno. El formador se olvidó de contar a los integrantes del grupo (¿la vida no cuenta contigo si no tienes algo que contar?) y a nuestro protagonista se le llevó la corriente mar adentro.
Al percatarse de su ausencia, llamaron a los servicios de emergencia y, después de buscarle durante un día y medio, lograron encontrarle y ponerle a salvo. Y aquí viene lo interesante de esta historia: lo primero que hizo el hombre tras llegar a tierra fue divorciarse, renunciar a su trabajo y mudarse a otra ciudad.
No sé que se le pasaría por la cabeza durante esas horas a la deriva, pero sospecho que es lo que se le quedó. Que había estado toda su vida dejándose llevar por la corriente y que, si vivía para contarlo, empezaría desde cero.
Cuando vemos que se acerca nuestro final, es cuando miramos el camino recorrido. No debe haber sensación más jodida que la de entender que nos hemos dejado llevar por las corrientes de otros. Y eso siempre lleva a mal puerto.
El hombre de la historia se dio cuenta a tiempo.
Ojalá tú y yo también.
#WAG1MAG