Lo último del estado de alarma y la pandemia del COVID-19 ha sido imponer un toque de queda con el que nos despedíamos de la vida nocturna.
A día de hoy, ¿cómo están afectando todas estas medidas a una generación que no ha vivido nunca lo que es esta limitación de libertades?
Encierro e incertidumbre probablemente sean las palabras que se te vengan a la cabeza si pensamos en todo lo que lleva pasando desde marzo. En cuarentena, reflexionamos muchísimo sobre cómo los millenials y la generación Z afrontaríamos una pandemia que nos llegó sin previo aviso.
El futuro sigue estando igual de nublado, de gris. No alcanzamos a ver la luz en estos tiempos oscuros, no vemos la salida. Aunque llegará. ¿Pero a qué precio? De momento, con el de la vida de cientos de personas a los que el coronavirus se ha querido llevar por delante. El problema es y será cuando el sistema se desmorone tanto que también se empiece a llevar la vida de la gente.
Lo empezamos a ver, o por lo menos a intuir. Una gran crisis económica, que se acerca como un tsunami, promete asolarlo todo. Y no hace falta ser experto en economía para verlo. Con todas las restricciones y las medidas (que han ido variando según cómo la clase política se levantaba ese día) no se está facilitando que nada vaya a mejorar.
Los jóvenes sentimos decepción profunda con un sistema que no estaba preparado para afrontar algo así, y ha sido el momento en el que hemos podido darnos cuenta de que todo puede cambiar en cualquier momento. Tanto los millenials como los Z todavía no habían vivido ningún acontecimiento histórico tan grande como este, que les hiciera verdaderamente cambiar sus estilos de vida.
La primera pausa fue hasta positiva, en un mundo hiper rápido e hiperconsumista parecía que era el momento perfecto para pararnos y reflexionar sobre cómo queríamos seguir hacia delante. Pero la pausa se ha empezado a hacer muy larga y pesada, y la gente lo único que anhela es la «normalidad».
La «nueva normalidad» le está costando mucha salud a la gente. Y lejos del impacto que va a dejar en nuestras vidas como nueva enfermedad, las secuelas psicológicas de todo esto van a ser bastante graves. Y nadie habla de esto. ¿Todo se supera? Sí, por supuesto. Pero va a hacer falta mucha unión y solidaridad, al igual que coraje, en un mundo cada vez más segmentado y fraccionado.
Una generación supuestamente «perdida», a la que le han dejado más perdida aún.

